domingo, 23 de octubre de 2011

Valores morales







¿Será prudente hablar de la pérdida de los valores morales?
Claro que no. El hecho de que la sociedad no haya logrado adoptar buenos valores no significa que no existan valores que puedan y deban gobernar nuestra vida, nuestro comportamiento.

Se dice que la educación es la mejor herencia que podemos recibir y las instituciones son un pilar o columna de apoyo, es fundamental en este sentido para lograr el objetivo. Pero claro, el que se puedan fortalecer los valores morales, espirituales y éticos en las instituciones será una realidad no por milagro, ni al azar, sino por el esfuerzo conjunto tanto individual como colectivamente de todos los que hoy formamos parte de este compromiso, esforzándonos por mantener en alto el nombre de nuestro país, para que las generaciones futuras logren el más elevado nivel educativo y el despliegue relevante de valores morales, espirituales y éticos que hagan de esta nación un entorno apetecible en el cual vivir, en medio de una generación que sobresale por aplicar en su vida los valores morales que son inherentes al ser humano.

Comprendo que no es fácil ser diferente, el hacer de valores morales un modo de vivir no es para todos, pues la generación actual es impredecible, cada día se deteriora el vínculo familiar y los tentáculos de este deterioro podrían afectar el ambiente en nuestras instituciones, pero recuerden, no todo está perdido, luchemos por fortalecer nuestros valores que son la base fundamental en nuestra sociedad.
Evitemos el estilo de vida característico de la actual sociedad, observemos al pie de la letra las normas y principios establecidos y así mantengamos en alto el nombre de la tierra que nos vio nacer.

Lista de principios que además de ayudarnos a fortalecer nuestra vida, son de valor eterno:
1.      Respetemos y honremos a los demás
2.      Promovamos la paz
3.      Sepamos perdonar
4.      Seamos felices
5.      Seamos honrados
6.      Digamos siempre la verdad
7.      Trabajemos con diligencia
8.      Seamos compasivos
9.      Venzamos el mal con el bien
10.    Amemos a nuestro prójimo y sobre todas las cosas démosle lo mejor a Dios

Por lo tanto, sin importar cuánto se degenere este mundo, luchemos por ser diferentes, honremos a Dios, fortalezcamos y vivamos acorde a los valores morales, espirituales y éticos que nuestros padres y maestros nos han inculcado.

VALORES HUMANOS



muy buen video:)

sábado, 8 de octubre de 2011

Bondad~

Las personas bondadosas sienten un gran respeto por sus semejantes, y se preocupan por su bienestar.
Si alguien no está en buena situación y necesita ayuda, el bondadoso no duda en ofrecérsela, y lo hace sin ofender, amorosamente y poniendo un gran interés en ello.
También se sabe, que el valor de la bondad perfecciona a la persona que lo posee porque sus palabras están cargadas de aliento y entusiasmo, facilitando la comunicación 

amable y sencilla; sabe dar y darse sin temor a verse defraudado; y sobre todo, que tiene la capacidad de comprender y ayudar a los demás olvidándose de sí mismo.
La bondad es una inclinación natural a hacer el bien, con una profunda comprensión de las personas y sus necesidades, siempre paciente y con ánimo equilibrado. Este valor, por consiguiente, desarrolla en cada persona la disposición para agradar y complacer en justa medida a todas las personas y en todo momento
Nos agrega proyectosalonhogar.com, que la bondad no se detiene a buscar las causas, sino a comprender las circunstancias que han puesto a la persona en la situación actual, sin esperar explicaciones ni justificación y en procurar el encontrar los medios para que no ocurra nuevamente. La bondad tiene tendencia a ver lo bueno de los demás, no por haberlo comprobado, sino porque evita enjuiciar las actitudes de los demás bajo su punto de vista, además de ser capaz de "sentir" de alguna manera lo que otros sienten, haciéndose solidario al ofrecer soluciones .

Cuanto sobre el valor del aprendizaje

Existía en el antiguo Japón, en una pequeña aldea, un maestro en el tallado del jade.
Su maestría era tal que recibía encargados desde todas partes del imperio.

También vivía en esa aldea un joven que no sabía qué hacer con su vida. Ya había alcanzado la edad adulta, por lo que debía iniciarse como aprendiz de algún maestro.

Después de darle muchas vueltas y viendo que el maestro de jade comenzaba a envejecer, supuso que no le importaría tener un aprendiz para poder enseñarle todo lo que sabía sobre el Jade.

El anciano aceptó gustoso la oferta, pues sabía que su maestría no detendría el paso del tiempo y quería segurar el paso de sus conocimientos a las generaciones futuras.

Al día siguiente, lleno de excitación y de deseos de aprender, el joven llegó a la casa del anciano. Éste le hizo pasar, le sentó en un sillón, colocó una piedra entre sus manos y comenzó a hablarle del nacimiento de los tiempos, de Izanami e Izanagui, la creación del mundo y el surgir de los primeros hombres. Tanto estuvo hablando que el día pasó sin que pudiera quedar tiempo para hablar de nada relacionado con el jade.

Al día siguiente, de igual forma, el anciano colocó otra piedra en las manos del aprendiz y comenzó a hablar de las primeras guerras, la escisión del imperio, las caídas y subidas de shogunes al poder.
El joven, viendo que sucedería lo mismo del día anterior (es decir, que tampoco aprendería nada sobre el jade), estuvo tentado a preguntar, pero no quería parecer descortés.

Y, como se temía, pasó el día sin que hubiera aprendido nada o, al menos, nada sobre el jade.

Llegó el tercer día y hablaron de los cultivos. El cuarto día, de las aves migratorias. El quinto día, de la geografía; el sexto, de las pasiones que enloquecen a los hombres...

Y así fueron pasando las semanas, siempre con el mismo ritual, él entraba a la casa del anciano, recibía una piedra entre sus manos y comenzaban a hablar de diversos temas, pero nunca sobre el jade.

No puede ser, pensaba por las noches el aprendiz, estoy desperdicienado mi tiempo sin aprender ningún oficio. Pero aún así, era tal el respeto que el maestro infundía que decidió esperar un poco más.

Sin embargo pasaron cinco meses y nada... Recibía la piedra y hablaban del cielo, de las nubes, de la bella, del arte del fudo, de la belleza de los jardines en las distintas estaciones..., de todo, menos de jade.

Esa misma noche, en su casa, el aprendiz tomó una decisión, abandonaría al maestro, no le enseñaba nada, le hacía perder el tiempo y él necesitaba ganarse la vida. Por la mañana, más calmado, pensó que no le abandonaría (pues se había portado siempre muy bien con él), pero, al menos, le haría saber sus pensamientos y, si el maestro no quería enseñarle nada sobre el jade, buscaría otro oficio.

Al verle llegar tan nervioso, el maestro intuyó algo, por lo que le hizo pasar y le sentó en un sillón.
-Maestro, llevo cinco meses viniendo a su encuentro. Cuando vine, le dije que quería aprender su arte, sin embargo usted me ha hablado de hombre y mujeres, de arte, de la creación del mundo y el poder de los dioses, de la naturaleza y los pájaros, pero nunca me ha enseñado nada sobre aquello que yo quería aprender.

El maestro sonrió y, volviendo al ritual que hacían a diario, se dirigió a su mesita y cogió una de las piedras que guardaba en un cajón. Tomó la mano del aprendiz y la posó suavemente en sus manos.
Pero entonces, el aprendiz apartó la mano con cara de asco, como si en lugar de una piedra fuera una serpiente venenosa que le hubiera mordido, y dijo en voz alta: ¡Maestro, eso no es jade!